No
voy a parar de escribir
porque
lo digas tú, ni tú, ni tú,
y
dudo mucho que el diablo pueda
bajo
tierra callarme la boca cuando
no
la mano,
para
que siga escribiendo en las
cortezas
de los árboles,
¡y
qué, si mis ripios no acentúan
ni
dictan palabras soberbias!
¡Quiero
que lleguen a ti
y
se mezclen con tu sangre!
¡Quiero
engendrarte, sí!
Sólo
quiero darte este poco de amor
que aún me queda.
Nená de la Torriente