Esta
precisa manera de llenar los días
con movimientos que el horario
nos
deja, necesita un buen reproche y censura.
Eso
o colgarnos una cordón y una
anilla
en las espalda
y
asumir que nos gusta ser muñecos.
Quizá
sea esa revolución interior
la
primera, la que gestará la siguiente
con razones legítimas.
Hasta
los ojos se vuelven opacos
de
olvidar como se mira,
y
perdemos el sentido del olfato y el sentido
del
tacto.
Tú
misma toma la mano de tu compañero
y
rózala despacio, ¿qué has sentido?
Nada ¿verdad?
y
tú ¿has probado a oler el pelo
de tu amiga?
Los
días van acabando con el instinto,
la
sabia inclinación de la naturaleza,
algo
tan natural como la lluvia o el viento.
Vamos perdiéndonos por un camino
poblado de siluetas.
Quítate la anilla.
Nená de la Torriente