Cuando
el cansancio llega como un maretazo
vence
tus músculos,
cubre
tu mente, tus ojos, la perspectiva de cualquier
esquina
que doble tu horizonte,
cuando
llega tan implacable, te das.
No
hay voces grandilocuentes, ni verbos limpios,
ni
palabras mágicas, ni gestos coquetos con que
seducir
a tu propia mueca,
y
se descuelgan tus muñecas
como
un arlequín roto,
desagradable
como todos los arlequines
-no
conozco un muñeco más feo-
y
te sientas de golpe en el suelo.
Piensas
que es hora de descansar, y sabes
que
te estás mintiendo, que no puedes más, pero
te
gusta tontear contigo hasta difunta.
Y
en ese estado de extrema negligencia
de
pronto ocurre ‘un de pronto’, y aparece
la maravilla.
Tú
ya no eres tú, ahora eres yo, un yo que brilla
porque
ha robado el destello de algo hermoso.
El
traqueteo incesante de las balas de lluvia,
el
rayo de sol cruzándolas, la mujer empapada
gritando
por la acera, su cuerpo ceñido en el vestido.
Los
golpes de los carteles pidiendo un paraguas,
esta mano larga deslizándose por el cristal,
quitándole
al mundo el color, la humedad, el vaho.
Nená de la Torriente