Tanto pecado hoy me agota el alma,
que he visto morir dos veces viviendo una.
Y no era piar sobre las copas más altas
con las plumas ebrias,
era sencillamente salir a cantar;
poblar con lunas el rizo cerrado de las caracolas
e invertir la savia de los pinos
con licor de ajenjo.
¿Dónde íbamos cuando nos detuvieron?
Siempre te pregunto lo mismo
y conozco la misma sin respuesta.
Tal vez tuvimos libertad algún día
de entre tantos días,
cuando las palabras no nos dominaban,
cuando al alba nos sorprendía la luz tendida
en la sentina de Foro
y yo perdía el conocimiento por falta de azúcar,
como una auténtica dama.
Nunca estuvimos solos
ni quisimos,
la vida daba demasiado miedo para ser dioses
sobre el empedrado,
ni siquiera pudimos llamarnos alumnos
de primera fila
de éste o cualquier paraíso.
Hoy me dices que nos envidiaban,
y no puedo por menos
que
sonreír
con extrema artería.
Nená de la Torriente