-Ayer Manuel, Lucía...-
Qué
predecibles sois
cabezas
marcadas.
No
deseo ser como vosotras,
nunca
seréis un ejemplo.
Escondidas
tras las tapias como si fuerais
un
lujo, y el rufián que quiere hacerse
de
fama,
cita
solo a los afamados,
no
vayan a confundirle con los humildes.
No
hay listas bajas
aunque
se pinte en la pared.
Qué
predecibles sois,
soberbios
y subidos al tranco más alto,
en
la boca un laurel,
ni
siquiera entre los labios,
se
vería demasiado pueril entre esa recua
de
carnívoros.
Y
así callados aún el aliento no traspasa
el
impudor de vuestras exigencias,
pero
en cuanto movéis la nariz
siento
vergüenza, e intento cubriros
como
si fuera una niña
con
mis manitas que no os alcanzan.
Y
es que os creéis que lo que obtenéis
vale
más
que el propio valor de la gente.
Esa otra naturaleza noble, delicada,
inteligente,
que
jamás cometería vuestros errores.
(Para algunos las tapas de sus libros
deberían encargarse más blandas,
y el tiempo del aplauso, comedirse)
Nená de la Torriente