miércoles, 15 de enero de 2014



Hay tantos ojos que quisiera mirar, 
detenerme en su rellano 
y charlar de pupila a pupila,  sin prisa, 
sin ese reloj caprichoso que marca las pautas. 
Aunque yo quisiera, 
aunque yo pudiera, 
los otros ojos se seguirían de palabras 
e impedirían ese lenguaje secreto que 
conocen los ocelos. 
No siempre podemos hacer lo que queremos 
-decía mamá- 
y de sobra sé que decía bien. 
Alguna vez he podido hablar con miradas perdidas 
sin que sus dueños se dieran cuenta. 
Ha sido como una gozosa siesta en el verde. 
He aprendido tanto de su descuido hablador 
que me he sentido en deuda. 
Las cosas son tan sencillas en su complicada 
exposición, 
que parecemos ratones blancos de laboratorio 
para alguna mente absurda que lo enredó todo, 
-seguro que fue humana- 
Ojalá que alguien nos diera la mano cada día 
para que no nos alejásemos del camino 
que más nos entusiasma. 






Nená de la Torriente