lunes, 27 de enero de 2014

La luz estaba allí 
en el último rincón de la escalera, 
en el mechón largo de la niña 
de carita sucia. 





La luz estaba colándose 
por la cortina, 
burlando las partículas en suspensión, 
podía tocarla, 
y hasta decir que era mía 
pero seguía más allá del pasillo 
y se perdía. 
Estaba en la baranda de salida del mercado, 
entre las manzanas y las fresas, 
jugando en los pliegues rojos de la anciana, 
ahora en su mejilla,  ahora bajo el labio. 
Entre los hierros fríos de los bancos y 
los huecos de sus maderas. 
En la P de Pablo en un enorme corazón 
de tiza,  y
en un traste de una guitarra callejera. 
Intenté atrapar una de sus lanzas y salté 
por encima de una piedra, 
pero no podía dejar de reírme 
por la caprichosa fugacidad
de sus destellos, y caí. 





Nená de la Torriente