-Hipo de esperanza-
Creo que sólo me
gusta Fin de Año por la cantidad de deseos que se piden. Imaginad el mundo
lleno de personas pidiendo el mismo día,
en horas distintas, deseos y más deseos, es sencillamente
glorioso.
Es el gozo de desear -ninguna tontería- porque dadas las vidas que
llevamos, ya casi ni nos quedan ganas de esperar, tener deseos nuevos, pensar
‘qué pediría, qué querría, qué me permito desear’.
Hay una vieja costumbre que
llevo a rajatabla hace muchos años. Tras la cena y las atragantadas uvas,
siempre tiene que haber una vela encendida o varias. Verde si esperas trabajo,
roja si esperas amor, amarilla si es salud, blanca si te es lo mismo o te es
igual. El caso es que antes de que den las campanadas, escribe en un papeluco un deseo para el año
que viene –total no te va a hacer daño, ni siquiera un esguince de muñeca- escríbelo en un papel pequeño y dóblalo.
Ponlo en la base o plato donde hayas
colocado la vela, y justo cuando hayas acabado de engullir las uvas, aceitunas,
peladillas o lo que te plazca –que los hay muy suyos- quema ese papel, y los
papeles de los que te acompañen con sus deseos escritos, hasta que se queden en
cenizas.
Muchas otras
personas hacen algo parecido pero al contrario.
Escriben lo peor del año y lo
queman por el mismo sistema, cosa que para mí no tiene sentido. El pasado en la
espalda, y la espalda no la veo –afortunadamente- y no me apetecería tener
charlas mirándola todo el tiempo. Así que ¿te animas este año a desear? Una
vela, un boli y un papel. Ya, ya sé que lo del deseo es complicadísimo, pero
haz un esfuerzo, y sé feliz, si no quieres por ti, hazlo por otro, por alguien
que quieras, sonríe, sonríe… Mañana quizá amanezca distinto.
Bueno, fijo que será
distinto, será 2013.
Nená de la Torriente