Después
de aquello
sólo
era cuestión de ir tapando
agujeros
con piel,
despacio,
cada
día,
sonriendo,
hasta
que los músculos de la cara
se
volvieran marcas permanentes.
Después,
aquello
nunca
sucedió,
como
los personajes
de
Corin Tellado,
proyec-tiles
de una pistola de juguete.
¡PIM,
PAM,
PUM!
Sin
fuego,
sin
sangre.
Nená de la Torriente