-No se suicidan las postales
con filos rosas-
son
muy blancos.
Las
líneas, cuando son perfectas, las
repaso
con mi lápiz impertinente,
y
dejo caer algo de té en los manteles,
es
que se acerca Navidad
y
un cosquilleo travieso me domina.
Mi
nariz se achata como la de un gnomo
para alargarse hasta el mismísimo cielo
a
la captura de alguna estrella para el árbol.
Cuando
llega Navidad el gnomo me abandona
y
me seduce el hada de la Sonrisa.
¡Por
más que quiera dejar de sonreír no puedo!
Pero
noto que todo el que pasa
agradece
esa cara de payasa que se me queda,
y
desisto en mi empeño de dejarla
-creo
que hasta me agrada-
Pronto
llegan tímidas lágrimas de castrada ternura
pensando
en otros, en su pesar, en lo que necesitan
y
yo no tengo, y siento la necesidad de abrazarlos
-siendo
ya licenciada en abrazos
por
la Universidad más prestigiosa del mundo-,
y
abrazo, abrazo, abrazo, intentando que me transfieran
todo
su dolor, para arrojarlo muy, muy lejos.
-No sólo mandamos
postales
con filos grises y
negros-
Nená de la Torriente