Déjame llegar hasta tu orilla,
déjame perfumarte con aires de
tierra,
acaparar la distancia mínima
entre la sal y la arena
y gritar tu nombre.
Déjame alcanzarte, detentarte.
Mirar como tú miras
por encima y por debajo
de los tejados,
rabiosamente iluminado
por tu franca contundencia.
Recuérdame cada día
que no se escribe para olvidar,
que nadie lo hace,
y déjame que no te olvide
entre todas las cosas de este
mundo.
Déjame ser capaz todavía
de engendrar a la nieve
como de sobrevolar mis ausencias,
sin la tormentosa agonía
de este arriscado vuelo.
Nená de la Torriente