lunes, 30 de septiembre de 2013

De qué me sirve toda esta hermosura 
si no puedo gritarla,  de qué 
si no la escribo,  de qué si no concibo 
un puente más rápido que el tecleo 
de estos dedos para contaros 
las ciento una maravillas, 
que aun llorando estoy viviendo 
a todas horas. 
De qué me sirve este corazón 
si no para de hablar y le callo, 
de qué mis temores,  si no tienen 
destinatario. 
De qué me sirve la mirada si la dejo 
vagabunda, 
y como si de un animal se tratara 
le doy un caramelo para que se pierda.  
De qué me sirve enamorarme de un poema 
si no lo digo, 
de qué aborrecerlo si no lo escupo. 
De qué bailar el llanto si no saco a bailar 
a otro en un acto de humanidad fraterno. 
De qué me sirve sentiros a todos 
si no puedo dejar de hacerlo, 
desde el más incoherente aunque menos falso, 
hasta el más temeroso y menos sincero;  
de qué me sirve,  dime, 
si ni siquiera  se me está permitido
respiraros. 





Nená de la Torriente


Se salvan los ecos que juguetean 
tras  las trenzas, 
se salvan las olas que se dibujan 
a lo lejos. 





Se salva la palabra púber que no 
se manchó de tinta, 
ni de ese beso de Judas aún, 
aún. 
Se salva el amor que se pronunció 
en la nieve, 
en lo que aún era glacial y no ardía. 
Se salva el suspiro que suspiró sincero, 
se salva la primera carta y la última, 
y la mano que estuvo siempre 
cuando tuvo que estar. 
Tú y yo nos perdimos,  nos condenamos 
solos, 
desacudimos a la cita de los ingenuos, 
perdimos nuestro pase al cielo, 
a la trenza, 
a la ola, 
a la nieve, 
al suspiro, 
a la carta,  y 
al tacto de los dedos. 





Nená de la Torriente
Me dijeron que la verdad es lo que debía buscar 
¿seguro que era eso? 
Me dijeron que anduviera detrás de la justicia 
¿era ese mi camino? 
Me enseñaron a ser libre más allá 
de mis propias palabras, mucho más lejos 
de mis propios actos. 
¿Qué se suponía que tenía que alcanzar con todo eso? 
Supuse que mi obligación era ser feliz 
¿Qué otra cosa era más importante? 
Entendí que querer a los demás,  aceptarles en su diferencia 
era indispensable para ser feliz conmigo. 
Amar con todas sus aristas y todos sus valles. 
Pero ni lo primero,  ni lo segundo era sencillo. 
Hice un poder,  dos poderes,  hasta que me sentí vieja 
y retomé la idea de la verdad: 
Demasiadas verdades en un vaso de tinto. 
La justicia: 
Tantos siglos de corrupción habían creado costra. 
La libertad: 
Se había convertido en un eslogan, 
y el amor ahora parecía caridad o 
o en su defecto sólo sexo. 
Estuve dos días aturdida,  quizá fueron más, 
hasta recuperar el instinto. 
Borré lo aprendido y me senté a pensar. 

Después todo amaneció con una inmensa luz
y una idea sencilla. 
Detente si puedes y piensa. 


-La vida no es el galimatías 
esperpéntico en que la hemos convertido- 






Nená de la Torriente

Tantas veces como me digas que eres sencillo 
no te creeré, 
un hombre sencillo no se llama sencillo. 
Tantas otras me hables de tu sensibilidad lo dudaré, 
porque la sensibilidad no va contándose a sí misma.
Todo en su huella de pie, serenamente, como el beso
en los labios, no en el pensamiento embelesado
¿Qué mundo íbamos a construir
si ya no nos acordamos?
Tú no eres aquel ni yo aquella,
aunque te empeñes en rescatarnos,
podríamos jugar a ser todo el tiempo que nos quede
personajes de una película de Woody Allen,
pero nunca me gustó ese bajito con tics
ni su humanidad singular.
Admítelo, yo soy de una naturaleza valiente
que va, viene,
y sabe tropezar por derecho, sabiéndose
limitada.




Nená de la Torriente


domingo, 29 de septiembre de 2013

-Hipejo dominguero-




Suele tanta tontería junta,  atiborrarnos tanto 
que nos deja sordos temporalmente, 
ciegos temporalmente, 
inútiles para esta vida que parece moderna. 
Los juicios de valor político,  por ejemplo. 
Hay que decir que unos siempre son los malos 
porque pareces un estrecho de miras. 
Si hablas sobre la ecología y el medio ambiente, 
siempre el cambio climático,  nunca plantear 
otro tipo de fórmula estudiando los siglos, 
y ni se te ocurra comentarlo, 
porque te conviertes en un estrecho de miras. 
Yo no caliento los bancos de ninguna iglesia, 
pero debo meterme con el clero,  porque si no lo hago 
soy una estrecha de miras. 
Y como esto cientos y cientos de clichés baratos 
que una generación de rompedores van escribiendo 
como algo libertario,  que se ha convertido en radicalidad. 
Y lo cierto es que empieza a ‘jartarme tanta tarta’ de 'libertad impuesta'
 por los que sólo pueden pronunciar esa palabra
-con una cierta propiedad-, 
porque según ellos,  son a los únicos a los que se les había robado. 
Y es que tanta tontería junta llega a tocarme los pies. 





Nená de la Torriente
Llevo el agua en los ojos,  y 
de ahí beben los animales y las ramas bajas 
de todos los árboles, 
por eso ir a las concentraciones 
de personas me asusta, 
porque sin que ellas lo sepan 
me dejan laguna seca e invidente. 
Ya sé,  ya sé que no lo entiendes,
pero mis ojos 
no son unos ojos al uso. 
Miran sin ver porque son esponjas y 
retienen el agua de todo
lo que les vive cerca, 
y de algún otro modo lo devuelven: 
Al salto de charco de niña
soñada en una infancia feliz, 
o en tazón 
de mujer contradictoria siempre. 






Nená de la Torriente

sábado, 28 de septiembre de 2013

Cuando no te pese  la sombra no vuelvas, 

déjala que se pierda con las farolas 
y que anden hablando como colegas 
borrachas de  un pasado tan omitido para ti 
como para ellas evocado. 





No regreses a buscarla 
¡qué te olvide!, 

reemprende otra línea de luz 
donde clavar los talones. 
No sientas miedo por lo que dejaste 
o por lo que no dejaste, 
la vida aún sigue sembrándose 
sin tus semillas. 





Nená de la Torriente

viernes, 27 de septiembre de 2013

Nadie conoce mi secreto, 
la sombra que me acompaña. 
El tiempo que tarda la lágrima 
en dibujar su recorrido. 
La alegría es contagiosa, gozosa, 
envidiable,  con ella se arrima el herrero 
y el que apila la seca. 
La pena es la peste y la espalda de todos, 
donde se desconecta la humanidad 
y se pone en modo off. 
Pronto se aprende que esto sucede 
y así de pronto uno aprende a silenciar 
sus cosas, 
pero no siempre por los mismos motivos: 

Unos por no dar mal a otros, 
otros porque saben que no serán integrados, 
y muchos porque se enojarán 
al ser desatendidos o censurados. 






Nená de la Torriente

jueves, 26 de septiembre de 2013

De niña tenía todo lo que quería, 
el mejor mundo 
de todos los posibles, 
y nunca oí hablar de Leibniz. 
Tenía un jardín pequeño 
con un techo hecho de tela, 
deseaba un cielo que tocar 
e imaginarme hablándolo. 




Poseía un mar de sábanas 
que mamá agitaba para que 
pudiera nadar dentro, 
y un palmeral con las camisas 
del abuelo cogidas con pinzas 
en el tendal. 
La felicidad no era una palabra 
que saliera de mis  labios, 
la sonrisa sí,  en cadeneta. 





Nená de la Torriente
Fabricas impares 
en tu afán de limpiar imperfecciones, 
nada de babas con besos, 
de maneras sueltas,  de azar, 
de imprevisibilidad en las relaciones. 
Impares que han de aprender a vivir solos 
-cosa del todo absurda- 
¿es esta la sociedad soñada? 
¿Dejábamos a nuestros viejos solos 
antes,  o los arropábamos en casa? 
El hombre necesita compañía, 
necesita otras manos en sus manos, 
besos con baba de niños. 
Tiernos y salvajes encuentros, 
arañazos en la espalda si es preciso. 
Mordiscos en la lengua, 
en las nalgas… 





Nená de la Torriente

miércoles, 25 de septiembre de 2013


Tanto les duele,  duele tanto,  tanto, 
que doler es más un tanto que un ¡ay! 
dicho en alto. 
Y se me arruga el corazón y mi pecho 
decrece,  sin doblárseme  la columna. 





Porque cuando algo brilla tanto o es sencillamente 
incomprensible por generoso, 
les duele con un dolor tan desesperadamente absurdo, 
que no saben cómo llega,  ni cómo librarse de él. 
Y les veo agotarse en cada pupitre de escuela, 
cuando algún jorquín norteño despliega magia 
con los dedos, 
o una pequeña y delgada artista les intimida,  de esas 
que bailan,  cantan,  tararean,  escriben y además son trocitos 
de cielo, 
que se les escara la piel y hacen cercos,  porque les duele tanto, 
tanto les duele,  que la incomprensión del dolor les supera. 





Nená de la Torriente


Porque vivimos en el mismo espacio 
tan contiguo, 
que las alas de gorrión caen en 
los platos de sopa. 
Porque lloramos en la misma sábana 
de la cama caliente 
que vamos usando en turnos rigurosos, 
nos odiamos por sabernos tanto y 
de qué manera. 
Porque podríamos acariciar 
con los ojos cubiertos nuestras debilidades, 
tan idénticas unas,  tan sorprendes otras, 
y nos encoleriza ser cofres abiertos 
a los ojos del mundo. 
¿Por qué te confiaría ésto? 
¿Por qué sabes tú aquello? 
Estamos demasiado desnudos entre extraños 
y nos sentimos amenazados 
la mayor parte del tiempo. 
¡Ah,  pero el que escribe,  el que pinta, 
el que esculpe abandona su cofre! 
Y en algún lugar de los ojos que le observan 
se viste. 






Nená de la Torriente

-No, no era así-


No,  no era así el cuento que me contaron. 
En él había un árbol sabio y un perro 
que salía de una caja de cerillas, 
otro que tenía ojos como molinos de viento,  y 
un tercero tan listo que podía atravesar las 
paredes. 

No,  no era así el cuento que me contaron. 
En él había hombres y mujeres buenos, 
unos y otros se sentían orgullosos de entregarse 
y buscaban el modo de ofrecer su ayuda. 

No,  no era así el cuento que me contaron. 
En él había ríos de aguas túrbidas que lavaba 
la lluvia,  y lágrimas que se recogían en botes 
porque éstas si se plantaban jamás volvían, 
germinaban en hierbas altas siempre.

No,  no era así el cuento que me contaron. 
En él cada beso era puro estremecimiento, 
una cascada de fuego bajando desde la colina, 
una mordida en la nuca, 
el desvanecimiento sostenido 
por un hilo de aire. 

No,  que va, 
no era así el cuento que me contaron. 
Las brujas y los hombres del saco 
salían siempre corriendo, 
no se sentaban en butacones, 
ni manejaban el mundo, 
no escribían el final de la historia 
con su insidiosa mano, 
ni eran ellos los que deletreaban 
‘éste será vuestro FIN’. 


-Por eso nunca me he creído este cuento-





Nená de la Torriente

martes, 24 de septiembre de 2013

Tengo un sapo en la lengua,  
pero de los sapos aparecen los príncipes, 
así que no lo arrojo para ver si quiere eclosionar 
-tipo magia hermanos Grimm- 
antes de que desaparezca de este mundo. 






Claro que tendría que regalarlo, 
porque muy a mi pesar,  los príncipes me dan 
alergia,  exantemas pruriginosos 
que me hacen redescubrirme el cuerpo, 
algo realmente molesto. 
El sapo es arrugado y feo. 
'Un hijo de Dios',  eso que siempre se dice 
cuando el animalejo es realmente  poco bonito. 
A veces extiendo la lengua y le muestro el mundo 
y veo cómo sus ojos orbitan entusiasmados 
desde una deshumanidad contagiosa. 
Envidio al anuro y le digo bajito: 
’Tú ahí quieto, 
no saques tu corona pretenciosa y tus piernas largas 
de varón medio bobo’. 
Y hasta ahora parece que me ha entendido. 





Nená de la Torriente

Sólo quería una extensión de tierra 
donde poder alargar mis brazos en cruz 
y dejar que las palabras más mías, 
escapasen como latigazos eléctricos 
desde las puntas de mis dedos; 
despojarme del anárquico desorden 
que ocupa el recóndito hogar de mi 
pandemónium. 
Si al hacerlo,  rozaba la punta de otros dedos 
y uníamos escalofrios,  no estaríamos 
tan solos,  y una pequeña tormenta 
nos cubriría; 
porque porto agua, 
soy de agua, 
como tantos animales del planeta. 



El amor es humedad en nuestro mundo. 






Nená de la Torriente

lunes, 23 de septiembre de 2013

Llega un punto en que 
ni una palabra te desespera, 
porque la voz tiene otra segunda voz 
esperando ser escuchada. 






Más cálida,  más resuelta, 
como ese abrazo que todo lo recompone. 
Llega un momento que 
nada te vuelve loca, 
porque has muerto demasiadas veces,  y 
entiendes que si te quedas –a seguir viviendo- 
has de lavarte la cara profusamente, 
dejándote de dislates y tontuneces 
que recreen un eclipse avistado 
cientos de veces. 
Vivir es abrir la boca y atiborrarse de maravillas 
y no necesariamente perfectas, 
porque tenemos el ojo mal educado. 
   
-Como cuando te sale un hijo,  amigo,  primo,  o tío estúpido-




Nená de la Torriente
No eres la piel que recorre esta piel,  
pero sí el sueño dentro de mi sueño, 
el pelo dormido en mi cabello, 
el beso en el centro de mi desmayo. 
Si alguna vez me perdiera,  tu nombre 
sería mi norte y tu voz mi brújula; 
porque eres la parte de mí,  mujer,
y la parte de mí,  hombre.
Tú la gravedad de todas mis cosas, 
el aliento entrecortado,  el suspiro 
más profundo,  el deseo. 
Pero a pesar de todas las palabras 
que derrame,  ellas levantan pequeñas
tapias,  y no sé porqué lo hacen 
ni me preguntes de qué modo. 
Tal vez nos alcance una mañana placida
de esas con panza bonachona,
y nos acerque a un mantel de cuadros
con una misma bota de vino, 
atándonos a la misma hierba 
como tallos de su verde prado 
para estar siempre juntos. 




Nená de la Torriente