Me gusta este mar de Madrid
y
el olor de árboles de cemento.
No
es igual a ningún mar que conocí,
pero
en el regreso descubro caracolas
nuevas
con sonidos viejos, y olas
con
cadencias caprichosas,
hasta
el regusto de un tinto mucho
más
denso.
Veo
subir la marea sin la luna
a
la voz de un ‘ar’ del mediodía,
y
colinas escalonadas
donde
perderse, llenas de refugios
con
copas.
Aquellas
tascas que frecuentaba ya
no
son tabernas, son locales de
consumiciones
varias, porque uno
se
vuelve talludo y Madrid se renueva,
pero
sigue teniendo un fantástico mar
como
ningún otro mar que conocí.
Nená de la Torriente