Siempre
que me fallan las fuerzas
no
hay nadie ahí, ni detrás de la puerta.
Una
estampida sin toque de trompetín
a
puntillas silenciosas con largo alcance.
Ya
lo conozco y no espero que me apoye
la
espalda ni una pared, así que me tumbo
en
el suelo y cuento nubes –cuando las hay-
o
grietas en la pared.
Deletreo
mi otro nombre, el que me aburre
y
me es extraño, y me siento esa que está
en
el lecho horizontal, sin respirar respirando.
Después
me llamo Nená y parece que mis músculos
responden
por instinto, enojados por una posición
con
la que no puedo ver muchas cosas, mi cuello
está
fuera de juego.
Sterlin
me hubiera dicho ¡eh, levántate cacho tú,
las
lamentaciones en el muro, tú no eres judía!
Y
yo hubiera reído,
y
es justamente lo que hago ahora.
Nená de la Torriente