martes, 3 de septiembre de 2013

Siempre que me fallan las fuerzas 
no hay nadie ahí,  ni detrás de la puerta. 
Una estampida sin toque de trompetín 
a puntillas silenciosas con largo alcance. 
Ya lo conozco y no espero que me apoye 
la espalda ni una pared, así que me tumbo 
en el suelo y cuento nubes –cuando las hay- 
o grietas en la pared. 
Deletreo mi otro nombre,  el que me aburre 
y me es extraño,  y me siento esa que está 
en el lecho horizontal,  sin respirar respirando. 
Después me llamo Nená y parece que mis músculos 
responden por instinto,  enojados por una posición 
con la que no puedo ver muchas cosas,  mi cuello 
está fuera de juego. 
Sterlin me hubiera dicho ¡eh,  levántate cacho tú, 
las lamentaciones en el muro,  tú no eres judía! 
Y yo hubiera reído, 
y es justamente lo que hago ahora. 





Nená de la Torriente