Ya
sé que a estas horas
la
noche cubre de dolores los costados.
A
unos les habla de dulces sueños
y
a otros de pescados que se convierten
en
mordisco de parrilla.
Yo
sólo abro los ojos y la inquietud
me
quema los dedos, la confusión
me
sube hasta la punta de la nariz
y
me hace cosquillas.
Porque
en esta vida tener las cosas claras
es
cosa de críos y seguir tirando es sólo
cosa de longevos.
Ya
no recuerdo la de veces que me he dicho
a
mi misma que las palabras se las lleva el viento,
ni
la de veces que un te quiero me ha enseñado
que un caramelo suele estar disfrazado
por una carencia,
por una carencia,
ni
cuánto ni en qué medida el reloj me importa
un
pimiento,
pero
lo cierto es que me importa muy poco si no estoy avenida
a
ninguna mano, a ningún dedo
que
juegue con mi palma haciendo círculos.
No
es que sea demasiado tarde
es
que estoy cansada,
cansada
de las despedidas,
de
los tránsitos intermedios, y
sí, es cierto, de las muertes anunciadas,
del
desgaste personal y de los huecos.
Por
eso las tacitas de poco a poco o de mucho a mucho,
sin
promesas, sin líneas de horizonte en los labios
saben
tan ricas,
porque
no estás pendiente de ninguna puerta,
ni
de ningún pistoletazo de salida.
Nená de la Torriente