lunes, 9 de septiembre de 2013


Ya sé que a estas horas 
la noche cubre de dolores los costados. 
A unos les habla de dulces sueños 
y a otros de pescados que se convierten 
en mordisco de parrilla. 




Yo sólo abro los ojos y la inquietud 
me quema los dedos,  la confusión 
me sube hasta la punta de la nariz 
y me hace cosquillas. 
Porque en esta vida tener las cosas claras 
es cosa de críos y seguir tirando es sólo 
cosa de longevos. 
Ya no recuerdo la de veces que me he dicho 
a mi misma que las palabras se las lleva el viento, 
ni la de veces que un te quiero me ha enseñado
que un caramelo suele estar disfrazado
por una carencia, 
ni cuánto ni en qué medida el reloj me importa 
un pimiento, 
pero lo cierto es que me importa muy poco si no estoy avenida 
a ninguna mano,  a ningún dedo 
que juegue con mi palma haciendo círculos. 
No es que sea demasiado tarde 
es que estoy cansada, 
cansada de las despedidas, 
de los tránsitos intermedios, y 
sí,  es cierto,  de las muertes anunciadas, 
del desgaste personal y de los huecos. 
Por eso las tacitas de poco a poco o de mucho a mucho, 
sin promesas,  sin líneas de horizonte en los labios 
saben tan ricas, 
porque no estás pendiente de ninguna puerta, 
ni de ningún pistoletazo de salida. 





Nená de la Torriente