A
veces dejas pasar como un aliento
ese
verso enredado que sólo tú comprenderías.
Otras
en tu egoísmo,
extiendes
el mantel de tus discordías y salpicas
de
palabras esquimales un mundo de iglúes
con
arrendados hielos.
Vuelves
a la hoja, y
una
lágrima sin sal inunda lo que has escrito
porque
hace siglos que no escribes para ti,
ni
tampoco construyes un diario;
amas
una poesía cercana que estreche
la
proximidad hasta llegar al rozamiento.
Tómame
en lo que susurro,
entre
señales de humo hechas con ramas secas
y
un buen puñado de canela en polvo,
y
luego si quieres, maldíceme.
La
poción está hecha.
Nená de la
Torriente