jueves, 26 de septiembre de 2013

De niña tenía todo lo que quería, 
el mejor mundo 
de todos los posibles, 
y nunca oí hablar de Leibniz. 
Tenía un jardín pequeño 
con un techo hecho de tela, 
deseaba un cielo que tocar 
e imaginarme hablándolo. 




Poseía un mar de sábanas 
que mamá agitaba para que 
pudiera nadar dentro, 
y un palmeral con las camisas 
del abuelo cogidas con pinzas 
en el tendal. 
La felicidad no era una palabra 
que saliera de mis  labios, 
la sonrisa sí,  en cadeneta. 





Nená de la Torriente