Todos los ojos eran tuyos y míos,
con esa limerencia
hambrienta y poseída
con que el corazón desviste
a otro corazón,
pero eso aún no lo sabíamos.
Bajo el tejo
ganábamos la esperanza de vivir,
la calidez de la mudez y del consuelo.
Jugábamos a no medrar,
a olvidar la tonsura del anciano,
frágiles y desprolijos
de todas las argucias de los adultos,
esos que nos llamaban siempre a gritos.
No hubo un tiempo mejor ni más amable.
Deseaba una y mil veces
comprar la memoria de los árboles,
la bella hosquedad de los barrujos
apelotonados en el suelo,
la magia en el suspenso de la tarde,
cuando todas las luces se inclinaban sobre ellos
y me devolvían las palabras.
No hubo un tiempo más nuestro ni más amado
que el vertido entre los prados
de afilados aromas,
y aquellas mañanas invadidas
por una pugna invisible,
la de crecer sin darnos cuenta.
Nená de la Torriente
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Háblame