Toma
de mi mano
el
suave roce que olvido
que
habita en estos dedos,
la
llama de este cirio pálido,
la
llama que germina
en
la opacidad de la noche.
Prende
de amor ese imán
que
siempre te busca,
en
la esmeralda virgen
de
mis lágrimas.
Si
me escondo
es
por no verme tan herida,
que
de tus cosas mi apetito
es
desmedido,
y
a cada instante necesito,
y
necesitando tanto me ahoga
el
desconsuelo y el antojo,
como
una niña que le roban
los
sueños, y
sólo
sabe esperar la amanecida.
Mudo
mi piel por los dos juntos,
para
que el mundo no nos maltrate
con
tanto juicio, y
nos
haga extraviar el corazón
en
los hilos mutilados,
de
las delgadas
cometas
que nos salden;
logrando
así que olvidemos
la
magnitud de este cielo tan nuestro.
Nená de la Torriente