No
es el verde,
ni
la crecida del agua
bajando
por los lechos,
no
es ese olor a calma
y
a herencia que no te exige,
ni
siquiera el silencio,
ni
la belleza de un prado
lleno
de dientes de león.
Es
el sentir que no eres
huésped
de los días,
que
no te filtra una ciudad
adoptada,
que
aunque nacieras en ella
nunca
fue tuya,
porque
no se aprendió
tus
cuatro letras,
ni
te llamó por tu nombre.
Así
los cariños,
no
son los abrazos, ni
los
golpes de hombro,
ni
los besos, ni las promesas
de
amor sincero,
ni
siquiera el tiempo que
pases
con ellos, ni los años.
Es
el sentir que eres suya,
como
ellos son tu brazo
y
tu referencia.
Nená de la Torriente
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