Juzgo juzgas juzga
Cada uno ama de
una manera, piensa a su aire, y sufre a su modo. Juzgar las formas, modos o
maneras de tales cosas es absurdo.
Decir es que tú me quieres menos, o es que
tu idea política es una gran caca de la vaca, o eres una dramática, llorona y
plasta, es ser tremendamente injustos con el otro; de algún modo, es utilizar
el embudo para aplacar un estado de rabieta e insatisfacción que nos pruye
por dentro. En definitiva: Es actuar como un necio.
Si no sabemos escuchar, al
menos estemos, echemos la cremallera al labio, y asintamos de vez en cuando.
En
la medida de lo posible ayuda no bostezar, que suele darse mucho, y a veces es
inevitable.
Siempre hay que abstenerse de hacer juicios. Uno se sienta al lado, cerca, pero no demasiado, dejando un margen para que el otro pueda expresarse
con las manos libremente y que el contacto visual no se pierda.
Cuando sabes
escuchar harás lo mismo evidentemente, y te cuidarás mucho de emitir juicios, quizá te atrevas a sonreír en alguna ocasión con cierta ternura o incluso por
empatía a llorar con el otro, si eso supusiese una ayuda efectiva para que se
sintiese más acompañado y más entendido, en cualquier caso el llanto sería
natural, pero si pensases que llorar puede resultar negativo, sería reprimible.
Un abrazo es una llave maestra siempre, hace que sea cual sea el problema
parezca que se aleja un poquito, un milímetro. Pero hasta un milímetro es
mucho.
Y si quieres
juzgar porque eres un juez nato, juzga los hechos, siempre teniendo en cuenta,
que es posible que tu veredicto incurra en error, porque no somos dioses, y hay
tantos dictámenes como situaciones posibles. Analizarlas todas con todas sus
posibles variables te llevaría un buen rato. Así que si te animas a juzgar
piensa antes qué es lo que juzgas y si estás lo suficientemente bien informado.
Nená de la Torriente
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