En mi isla hay butacones
pero me gusta más
sentarme
en el suelo, sobre
grandes cojines
blandos
donde escurrirse.
Si la charla
aburre,
uno puede quedarse
traspuesto,
así de esa manera tan
tonta.
Todos somos islas, pero no
todas las islas
están abiertas.
Las hay abiertas
con auténticas
trampas, de esas
de ‘yo te doy
si tú me dieras’.
Las hay cerradas, que piden a gritos
un ‘llámame’,
y las hay muy cerradas
que nunca
van a abrirse.
Todas son
hermosas, suyas enteras,
libres, abiertas o
selladas,
accesibles o inabordables
sobre un mismo
mar,
revuelto o calmo,
que es igual para
todos.
Nená de la Torriente
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