Delicadamente, sin hacer ruido,
ocultas
detrás de la cómoda
que
no puedes contar con nadie.
Tú
sonríes, como si nunca hubieras
conocido
una verdad tan grande,
y
sigues haciendo café y estrechando
manos, y dando abrazos de bienvenida.
No
queda nadie, conoces la inconstancia
del
otro, y tus necesidades.
Lo
comprendes todo,
pero
sabes también que estás sola.
Y
no se cae ninguna pared,
el
cielo no se abre,
ni
el suelo se quiebra,
el
corazón no se agrieta
ni
el ojo se derrama.
Pero
sí se endurece una parte del cerebro,
una
esquina a la derecha
que
quiere fugarse a la izquierda,
y
empuja con su maleta
y
un par de argumentos lógicos.
Yo
le digo que no pierda la emoción,
la
capacidad de imaginar otras salidas,
pero
esa misma emoción me hace un análisis
del
egoísmo con una diáfana linealidad de formas.
Y
sí, me temo que esa esquina se me escapa.
Nená de la Torriente
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