Desde
este alfiler pequeño
que
ocupa el espacio que ocupo,
comprendo
el dolor de sentirse
tan
solo
que
hablarle a un objeto sosiegue,
y
que llorar sea sólo una fuente
en
un jardín de enormes gladiolos,
en
el mismo centro
de
un monasterio de prófugos monjes.
Comprendo
que nadie ni nada queda
alrededor
donde asirse,
y
que un mareo sin color te invada,
que
creas que a nadie pueda ocurrirle,
pero
ocurre.
Porque
desde este alfiler pequeño
que
ocupa el espacio que ocupo,
a
veces se consume el aire
y
no queda nadie a quien pedir auxilio,
y
la garganta se agarrota y abres la ventana,
y
bajarías corriendo a la calle
sólo
para abrazar al primer ser humano
que
se cruzara contigo.
Nená de la Torriente
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