Llueven
las últimas palabras
en
un mercado nuevo,
no
conocía el sabor de la rebaja
de
lo que aún no se ha recogido
y
es insípido
y
algo pretencioso.
Todas
esas telas, venidas
de
otros países, a kilómetros
de
distancia, tratadas sin
destreza:
‘Espera, no me gusta que
me
instiguen.
No
sé qué precio ponerte,
en
qué percha colocarte.
Yo
soy el dependiente,
tú
sólo una tela’.
Y
ellas, arrebujadas en ovillos
sabiéndose
un regalo
llegado
de muy lejos,
que
nada piden
y
nada esperan,
se
ven en el tablón de las rebajas.
Y
piensan:
‘Bueno, al fin y al cabo
ahora
tendré un des-tino,
en
cuanto me adapte a una piel
la
engalanaré como a nadie’.
Nená
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