La cama y yo somos
muy testarudas. Ella me dice dónde debo poner los pies y dónde la cabeza, y me
parece ridículo.
En su horizontalidad
de sobre apaisado, podré optar por ponerme donde me dé la gana, pues no, se
resiste, como si colchón y somier dijesen:
‘Tú, te enteras’.
La primera vez que
escuché lo de si duermes hacia el norte o hacia el sur, pensé, 'otro iluminado', que nos ve más de
tierra que los girasoles.
Aunque hay
costumbres milenarias con cierto fundamento.
Pero volvamos
a mi cama, he probado en mi afán de ‘incordiar
un poco’ a dormir al bies, y un buen rato sí he dormido, pero el sesgo tiene
también sus inconvenientes. Ya no tengo 20 años, y en noches así eso de dormir
en la dulce alfombra con los pies levantados, como que no, porque a la mañana siguiente
Robocop y yo somos primos hermanos, con un parecido realmente extraordinario,
salvo que a mí me sonarían más las coyunturas de la aleación del traje.
Y como entre col y
col, tengo los ojos de una abubilla exaltada, con los pelos de punta buscando
el techo, mejor me arrojo en el sofá, intento dejar de pensar –aunque perdí el
interruptor un miércoles cualquiera-, y veremos si mañana la cama y esta greñas,
hablamos y hacemos las paces.
Buenas noches.
-Deseo de corazón que no podáis leer esto porque estéis plácidamente dormidos-
Nená de la Torriente
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