Deja
de ladrar a la luna,
si
hasta los perros saben
que
esa lengua no la conoce,
que
la luna es muy suya
y
le agradan los agudos
o
el runrún del murmullo,
el
musitar de la noche
en
su laberinto.
Tu
premura, esa necesidad
ciega
de que te quieran,
no
atiende a nada,
quédate
quieto y mira.
Por
cada movimiento rápido
has
pisado como un hipopótamo
doce
margaritas,
ve
despacio,
no
se consigue nada a gritos.
Y
por favor,
deja
de ladrarle a la luna.
Nená
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