domingo, 20 de mayo de 2012



Ella pintó un cuadro 
que le dolían los colores, 
desde un canto tierno 
de aflicción y de ternura. 
Todo ardía,  en su alma ardía 
el tormento de una pena 
que no acababa nunca. 
Y suya era,  pero no era suya. 






En arrebato de cólera e impotencia 
saltó a la pintura, 
en cataratas de lágrimas negras, 
de negras a ocres, 
de ocres a terrosas,  cobrizas, 
y sangre. 
Suspiró. 
Contuvo el llanto 
y saltó al lienzo un amarillo rutilante 
rabiosamente vivo, 
arrimándole un poco de esperanza, 
porque nunca está todo perdido. 
Nunca. 





Nená de la Torriente

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