Ella
pintó un cuadro
que
le dolían los colores,
desde
un canto tierno
de
aflicción y de ternura.
Todo
ardía, en su alma ardía
el
tormento de una pena
que
no acababa nunca.
Y
suya era, pero no era suya.
En arrebato de cólera e impotencia
saltó
a la pintura,
en
cataratas de lágrimas negras,
de
negras a ocres,
de
ocres a terrosas, cobrizas,
y
sangre.
Suspiró.
Contuvo
el llanto
y
saltó al lienzo un amarillo rutilante
rabiosamente
vivo,
arrimándole
un poco de esperanza,
porque
nunca está todo perdido.
Nunca.
Nená de la Torriente
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