Aquel
que habla deprisa
del
dolor ajeno,
con
el desprecio del que
sabe
vivir sus desgracias
y
ríe del suicida, y
levante
banderas
para
salvar el mundo,
o
es estúpido o es infame.
Sí, no podemos tocar más el suelo
o
quizá sí podemos,
en
este mundo de proporciones fallidas
y
de planes antidiluvianos,
¿pero
y nosotros?
¿Podemos
olvidarnos
de
nuestra condición de humanos?
A
veces me avergüenzo
de
mis congéneres,
de
esos mismos que levantan la voz,
algunos
por causas justas,
que
les importa un cuerno
el
que tienen al lado.
Maldigo
la voz reseca
que
se les quedó dormida
en
el fondo del pecho,
aunque
tengan tan viva
la
voz húmeda entre los labios.
Nená
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