Me
alegra el sonido del bosque tan lejano
y
el creso caudal de frutales nacidos,
el
olvido y ganado desapego
de
tantos inútiles juicios.
Aunque
me duela pensar que no es el mío,
que
la pena en mi ya tiene camastro abierto,
y
de nada sirve llorar solo
si
el pentagrama de agua
no
ha de conferir remedios.
Sí
me angustia el daño involuntario
que
ni los barrotes frenan,
el
autismo de las almas que anhelan
y
no encuentran sonidos para el grito,
ni
oídos que les crucen a otros litorales,
donde
alcanzar anhelados sueños.
Me
alegro de no llegar al límite de tu valle,
y
que no puedas alcanzar
los
límites donde me escondo.
Tanta
cerrazón y silencio,
tanta
sonaja nimia y escurridiza
para
avanzar a solas,
siempre
hacia ningún lugar
tildado
cuerdo.
Pero
allá lejos hay un bosque lejano
de
frutales nacidos,
donde
no hay tormentos,
y
eso sí que me alegra,
y mucho.
Nená
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