Te quedaste
dormido en mi regazo
sin que me diera
cuenta,
sobró la luna y el
canto del buharro,
las luciérnagas y
los murmullos,
hasta el humo de
tu agotado cigarro
enredándose en los
bucles de tu cuerpo.
Retuve tu latido y
el mío
en mi vientre,
y el olor de dos
sueños claros
en la oquedad de
lo oscuro.
Toda la grandeza
del mundo enmudeció,
y la cobardía de
sabernos presos
en el eterno
bullicio de los otros.
Me venció la noche
tan despacio como
dulce,
tan limpia como
inocentemente cálida,
y nunca me volví a
sentir sola
ni perdida, ni
distinta de tu frágil savia.
Nená de la Torriente
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