jueves, 17 de mayo de 2012


Te quedaste dormido en mi regazo 
sin que me diera cuenta, 
sobró la luna y el canto del buharro, 
las luciérnagas y los murmullos, 
hasta el humo de tu agotado cigarro 
enredándose en los bucles de  tu cuerpo. 



Retuve tu latido y el mío 
en mi vientre, 
y el olor de dos sueños claros 
en la oquedad de lo oscuro. 
Toda la grandeza del mundo enmudeció, 
y la cobardía de sabernos presos 
en el eterno bullicio de los otros. 
Me venció la noche 
tan despacio como dulce, 
tan limpia como inocentemente cálida, 
y nunca me volví a sentir sola 
ni perdida,  ni distinta de tu frágil savia. 


Nená de la Torriente

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