Sólo
a ti te entiendo,
sólo
tu voz entre todas las voces,
y
miles que hubiera,
sólo
la tuya percibiría, nítida, templada,
brillante
como el hilo de cobre
del
único telégrafo
del mundo.
No
hay más lenguajes, ni lenguas,
ni
jergas, ni argot, ni signos, ni sonidos.
Tú
y todo lo que digas es el puente
que
sigue mi oído de forma natural,
como
si estuviera escrito,
como
si así debiera
en
algún enlace cósmico o más allá
de
los astros,
de
lo físico, de lo químico o lo divino.
Sé
que es así, razonable o irracional,
comprensible
o inexplicable,
no
le busco lógicas, ni sumas, ni restas,
tuyo
es mi reino de las cosas perdidas
y
de las halladas, de las cosas sin tiempo,
porque
desde ti me entiendo.
Y
subo y bajo escaleras hasta hoy
desconocidas,
entro
en salas fantásticas,
me tengo, te tengo;
beso el umbral que nos separa
como
una línea de agua perfecta, y
la
rozo sin miedo hasta cruzar tus dedos
entre los mis dedos.
Nená de la Torriente
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