Aquel noviembre me tumbé en el parque
y me fijé en aquel enorme árbol,
imaginé que cada una de sus hojas
podría ser una mano
con su correspondiente brazo.
¡Vaya! Pensé la cantidad de abrazos
que podía tener para mí sola.
Luego deduje que tendría que repartirlos,
hay mucha gente que necesita un abrazo.
¿Pero por qué ese árbol?
El color.
Su color es tan claro
que parece que está a medio hacer,
como los niños.
¿Y quien da abrazos de lujo?
Seguí pensando,
ese árbol era una auténtica lotería.
Ahora bien,
¿qué pasaría si todos esos pensamientos
los dijese en voz alta?
Me tomarían por una auténtica estúpida,
sin duda.
Pero, ¿qué ocurriría si alguien escuchara
mis pensamientos en voz alta
y los aceptara como simples ideas?
Pues que tendría un legítimo compañero.
Nená