Siempre al horizonte
como las estatuas de Pascua.
Arrogantes, altivos, de naturaleza
obstinada, mirando fijos un punto preciso,
que pensamos las señas o el rumbo que acechar.
Yo miraba la espesura,
el boscaje verde y su olor intenso,
que entraba en mí
en asiento de primera fila,
pero no la vi.
Y allí estaba ella, reina del prado,
anónima y sencilla,
sutil dama en la hierba.
Nos pasamos la vida mirando más allá,
como si lo de acá no existiera,
convirtiéndonos en invidentes.
Nená
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