No le digas a Romeo
que el balcón de Julieta
lo han reconvertido
en oficinas,
ni le digas que su cámara
es ahora el capricho
de un gordinflón
que siempre sostiene puros.
No le cuentes que podaron
la enredadera, la hiedra,
la madreselva,
ni que los perros se orinan
en las aceras.
Dile que aún algún corazón
atado a otro corazón
se pinta en los viejos muros,
y que Julietas y Romeos se venden
en las plazas,
como el pescado fresco.
Eso sí, lo de morir por amor
aún no le han cogido el truco.
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