sábado, 5 de noviembre de 2011


Mi abuelo decía: ‘¡Por Dios, por Dios todavía queda gente buena!’,  en un tono irónico que era para partirse de risa. Las cosas no han cambiado tanto desde que se fue, bueno, quizá un poco, añadiría un tercer ‘por Dios’ , tal vez en un arrebato burlón. Ya sé que no esta el mundo para almas gentiles, no por problemas de espacio –que sería un motivo-, sino porque la ira se acumula en cada rincón invisible, escapándose a nuestro entendimiento. Estamos enojados, enojados por todo, pero sobre todo por nuestra propia infelicidad. El que no es feliz no tiene ganas de ser gentil, y si no es gentil, nunca sentirá ni una pizca de satisfacción por ayudar a otro; pompas de jabón que suben, nos estallan inútiles en el aire como propósitos que nunca lo fueron, y la gente se distancia y se vuelve fea, muy fea, cambia el gesto y deja de entender el valor de una simple sonrisa.
‘¡Uy, la lobona esa!’, ‘¿Qué querrá con esa sonrisa?’, ‘Ésta me va a pedir algo, seguro’, ‘Pobre ingenua’, ‘¿Irá de intelectual? Dicen que están un poco idos’.
Una sonrisa.
Una hilera de dientes en una boca grande o pequeña, junto a una mueca de simpatía, ¿cómo hemos podido olvidarnos de esto?
¡Por Dios, Por Dios! ¿Aún queda gente buena?
Sé que sí. No seamos pompas de jabón que estallan sin propósito.



Nená

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