Él me dijo que había
enviados azules que cuidaban
de las casas,
que tenían alas
y que siempre estaban tristes,
muy tristes.
¿Y por qué tristes? le dije yo.
Porque se empapaban con el pesar
de las personas, me contestó.
Me puse el abrigo y salí a la calle.
Compré una escoba.
Barrí durante días mi piso,
y vigilé cada esquina acurrucada
detrás de las puertas.
Cuando pensé que no quedaba
ni uno sólo de esos seres respiré.
Ángeles o enviados sin sueldo,
infelices esponjas de seres humanos.
No podía soportar que
los desdichados míos,
pudieran ser muy corpulentos.
los desdichados míos,
pudieran ser muy corpulentos.
Nená
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