Lloraba, lloraba
todo
el tiempo
¿Qué
pedía?
Sentirse
en paz
lo
que le quedase de vida,
vivirla
donde ella quería,
sin
que otro le dijese qué película ver,
a
qué hora irse a la cama,
de
qué es esta factura,
quién
ha dejado este tarro abierto,
si
sales cómprame unas aspirinas.
Estate
atenta que van a venir los del paquete,
estate
atenta que vienen los del butano,
estate
atenta que vienen los del certificado.
Y
día tras día miraba la ventana,
hacia
encargos,
esperaba
con ilusión,
y
se fue dando cuenta
que
la ilusión se quedaba en nada,
cuando
estaba tranquila
era
cuando estaba sola,
aunque
atada
a
mil encargos.
Siempre
preocupada,
preocupada
por todos,
vivía
las vidas de todos,
era
su psicóloga, su enfermera,
su
pañuelo de lágrimas, su cruz
y
hasta cierto punto su sparring.
Su
cocinera, su peluquera, su apoyo
logístico, profesional, emotivo,
su
sostén vivo, uniendo hilos como una diminuta araña.
Cada
noche cerraba los ojos y se preguntaba:
y
yo, ¿yo qué quiero?
y
nada, siempre era la respuesta.
Y
esos cientos de nadas se convirtieron en ceros,
y
de ceros, a vacíos, y de vacíos a agujeros
y
de agujeros a un único socavón.
Murió
por dentro,
cómo
las cosas se vuelven vanas,
y
dejó de llorar por un motivo,
¿y
ahora cómo viviría el resto de su vida?
-pensó-
Qué
más daba.
Nená