Tú proponías
una canción olvidada,
yo disponía la mañana sin perezas,
y un montón de armarios vacíos
para que sestearan tus cosas,
un plato en mi mesa
y un vaso de vino claro.
Tú,
la alegría de las aves siempre errantes.
Yo,
el poema en su eternidad primera.
Nená
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