lunes, 9 de abril de 2012

-Valoraciones en un par de servilletas de bar-

A los veinte años crees que lo dominas todo,  que llevas la llama olímpica,  que estás preparada para ganarle la batalla al sistema y al que se ponga por delante.  Las mujeres están interesadas por el sexo,  pero no de una forma excesiva.  Los hombres son unos ‘tragaaceras’,  son héroes,  jefes,  diablos,  pero su mente está llena de chicas,  de amor vehemente y eterno sexo,  como los hippies del 65 en Eivissa.  Ambos tienen el brillo de una inteligencia salvaje pero no conocen las proporciones y eso les hace muy bellos,  pero muy poco prácticos.

A los treinta,  se ven las cosas de una manera sencilla,  si nos apartamos del parné,  los gastos y las hipotecas.  Los hombres son simples,  como niños recién destetados,  y las mujeres utilizan clichés baratos,  tales como cielo,  cariño,  vida,  con sus compañeras de sexo;  no porque las tengan ley,  sino porque es mejor tener al enemigo cerca y bien controlado.  Todo gira en relación al sexo.  Es lo que mueve su mundo,  nada más.  Para los treintañeros quedarse sin un gozo,  sería convertirse en un ‘jardíngrapado’,  y eso si que no.  Las relaciones se establecen en busca de posibles contactos.  Luego: Mujeres sujetas,  y mirada al abanico de posibilidades con la primera engranada para salir a toda marcha.  Los hombres son más bobalicones,  se dejan hacer.

Cuando llegan los cuarenta,  los hombres siguen siendo unos simples,  pero algunos han ganado una cierta sensibilidad,  quizá por haber convivido con alguien curioso,  o por sus propias experiencias,  pero su idea del sexo sigue siendo su leit motiv,  y con más motivo,  se van haciendo talluditos,  aunque se cansan más.  A las cuarentonas les pasa algo parecido,  pero hay una extraña bifurcación en el grupo: Unas regresan a aquella época que podían subir la pierna por encima de la cabeza –que no deja de ser ridículo-,  y otras empiezan a perder el interés por el sexo,  por los varones y por la parafernalia del coqueteo del pavo real,  o sea la del espectáculo.  A la mujer sólo la valoran por si misma,  el género no les mueve,  y de ellas hacen un examen de conciencia exhaustivo,
-que considero innecesario-.  Como no he llegado a los cincuenta no puedo hablar,  pero en cuanto llegue,  volveré a escribir en cualquier servilleta.  Me lo prometo.






Nená

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