Subo
la escalera del metro
apoyada
en el pasamanos negro,
caucho
sucio de miles de manos,
grasa, soledades agolpadas
en
espacios diminutos,
millones
de dedos;
y
contemplo esa fila bruna
que
se alarga hasta arriba
con
cierta amabilidad.
Todos
agrupamos miserias
y
fortunas en espacios comunes,
aisladamente.
Se
me escapa una lágrima
tontorrona
que
de la mejilla cae al suelo.
Miro
el terrazo, también sucio,
y
por un instante,
detenida, escucho y veo
el
tragín de viandantes
como
vehículos en marcha
en
todas direcciones, sonrío.
Somos
como las líneas de telégrafos,
las
autopistas a cámara rápida,
serpentinas
de colores.
Cada
uno lleva su malla de pesares
y de
alegrías.
Estamos
vivos.
Nená
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