¡por Dios que no grite más!,
que es más difícil dejar sordos
al resto del mundo.
Alcánzame, y sóplame las manos,
sabré que eres tú
y que debo seguirte.
He dado muchas, muchas vueltas,
y mi cabeza se ha quedado
en una de ellas, vagando,
perdida en un color
o en un sonido,
en un ayer que he convertido
en un ahora.
Alcanza mi cintura y déjame quieta,
sujeta mis hombros, mi cadera,
dime que no estoy sola,
que no lo he estado nunca,
que siempre has estado tú, esperándome.
Alcanza mi rostro
y besa mis ojos,
deja que duerman de lo que han visto,
que se abran a otra luz
y a otra hembra que sepa quererse
como es debido.
Nená
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