Son
como sombras
bebiendo
de mi misma,
las
aparto cuando cansada
quiero
dormir.
Siempre
vuelven,
regresan, a veces invertidas,
entre
risas, acercándose,
alejándose, jugando a
enredar mi
memoria.
Al
fondo del pasillo, él sentado
en
un butacón y detrás un ventanal
entre verdes rabiosos de prados
superpuestos;
ella
en una cocina de carbón
haciendo
arroz con leche,
moviendo
con cucharón de palo
un
pote redondo enorme.
Arriba, al final de las escaleras,
dos buhardillas, una la empujo
y
me cuelo, armaduras antiguas,
casas
de muñecas, espadas,
lámparas de aceite y
dos
enormes ojos que me miran.
Un
grito, algo alado roza mi cabello
y
todo da vueltas a mi alrededor.
La buhardilla se hace eco
de
aquel interminable grito,
y
de aquel aleteo poderoso.
Pero nunca sé si son sólo sombras.
Nená
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