Una anciana se acercó a mí, y dijo:
‘Te vendo la primavera,
las amapolas errantes en verdes zaragateros,
los olivares perdidos en músicas de chicharra
y el verdemar cuando grita al espliego;
también las ilusiones,
bocadillos de anhelos en paquetes de estraza
manoseados por tantas manos como lunas,
siempre enigmáticos y nuevos
como el brillo en los ojos de un adolescente,
abiertos al insaciable apetito’.
Le pregunté:
‘¿Tienes alguna frase que me haga pensar?’
Sí, dijo ella:
‘El ojo que tú ves, no es ojo porque tú le veas,
es ojo porque te ve’.
Y cuando bajé la mirada, había desaparecido.
Nená
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