miércoles, 25 de abril de 2012

-La mamá-


Lloraba,  lloraba 
todo el tiempo 
¿Qué pedía? 
Sentirse en paz 
lo que le quedase de vida, 
vivirla donde ella quería, 
sin que otro le dijese qué película ver, 
a qué hora irse a la cama, 
de qué es esta factura, 
quién ha dejado este tarro abierto, 
si sales cómprame unas aspirinas. 
Estate atenta que van a venir los del  paquete, 
estate atenta que vienen los del butano, 
estate atenta que vienen los del certificado. 

Y día tras día miraba la ventana, 
hacia encargos, 
esperaba con ilusión, 
y se fue dando cuenta 
que la ilusión se quedaba en nada, 
cuando estaba tranquila 
era cuando estaba sola, 
aunque atada 
a mil encargos. 
Siempre preocupada, 
preocupada por todos, 
vivía las vidas de todos, 
era su psicóloga,  su enfermera, 
su pañuelo de lágrimas,  su cruz 
y hasta cierto punto su sparring. 
Su cocinera,  su peluquera,  su apoyo 
logístico,  profesional, emotivo, 
su sostén vivo, uniendo hilos como una diminuta araña. 
Cada noche cerraba los ojos y se preguntaba: 
y yo,  ¿yo qué quiero? 
y nada,  siempre era la respuesta. 
Y esos cientos de nadas se convirtieron en ceros, 
y de ceros,  a vacíos,  y de vacíos a agujeros 
y de agujeros a un único socavón. 
Murió por dentro, 
cómo las cosas se vuelven vanas, 
y dejó de llorar por un motivo, 
¿y ahora cómo viviría el resto de su vida? 
-pensó- 
Qué más daba. 






Nená

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