lunes, 23 de abril de 2012



No son las hojas, 
que pronto doblarán 
sus esquinas, 
ni un título curioso, 
ni el texto arrebatador. 
Son las manos, 
dedo a dedo,  arrastrando.   
Cómo rozan el libro 
y lo hacen suyo, 
le dan cuerpo. 



Le componen,  le recomponen, 
le desvisten,  le lloran,  colocan
un corazón en el texto, 
mucho más de lo que hizo 
el autor,  el editor,  el impresor,
el publicista. 
Se quedan dormidas junto a él 
en la cama, 
a veces comparten el café 
y lo derraman. 
Lo apoyan en el pecho y piensan, 
lo meten en el bolso,  junto a sus cosas
más íntimas, 
releen páginas que ya leyeron 
durante un baño de sales. 
Y cuando ya lo han manoseado 
hasta el infinito, 
se lo obsequian a alguien que realmente 
quieren: 

‘Toma, lee esto, te gustará tanto como a mí’ 






Nená

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