No
son las hojas,
que
pronto doblarán
sus
esquinas,
ni un título curioso,
ni
el texto arrebatador.
Son
las manos,
dedo
a dedo, arrastrando.
Cómo
rozan el libro
y
lo hacen suyo,
le
dan cuerpo.
Le
componen, le recomponen,
le
desvisten, le lloran, colocan
un
corazón en el texto,
mucho
más de lo que hizo
el
autor, el editor, el impresor,
el
publicista.
Se
quedan dormidas junto a él
en
la cama,
a
veces comparten el café
y
lo derraman.
Lo
apoyan en el pecho y piensan,
lo
meten en el bolso, junto a sus cosas
más
íntimas,
releen
páginas que ya leyeron
durante
un baño de sales.
Y
cuando ya lo han manoseado
hasta
el infinito,
se
lo obsequian a alguien que realmente
quieren:
‘Toma, lee
esto, te gustará tanto como a mí’
Nená
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