de ese modo tan tarabilla,
que las olas se escapaban
para volver vestidas de otras olas,
y que los pinos languidecían
con las chicharras,
como el sol secó las cañas
en el ombligo de agosto.
Por qué no me contaste,
con tu alegre travesura,
que las lunas no eran
agujeros en el cielo,
ni los astros motas
de humo de cigarro
con los que yo me divertía.
Por qué no me recordaste
todo eso que aprendimos
de mayo a junio,
al sonido de gaviotas,
de espaldas al hogar
y en manos del tesoro
que la inocencia despierta.
Nená de la Torriente