ese extraño amurallado
que va cerrando tablazones
a romo de martillo,
obligando a los labios a permanecer
callados.
Me vence el sencillo gesto
del afectivo
que en su ternura lava
la cara
a lo más serio,
devolviéndonos la sonrisa del niño.
Me vence el sufrimiento desmedido
que no sabe detenerse en este mundo.
Tantas lágrimas robadas a la risa
en la ignorancia de lo breve que es todo,
tanto tormento innecesario.
Me vence lo injusto, lo arbitrario
de aquello que proferimos
sin pensar en el otro
¿qué será lo que aleja, lo que tortura
cuando las palabras salen de la boca
y qué lo que se acoge con entusiasmo?
Me vence el absurdo débito del grupo
el ‘yo te doy si tú me arrimas’,
las palabras hueras que nos salpican
para crear una armonía simulada
sin legar el corazón,
ni la piedad que disipa siempre
a la bestia.
Nená de la Torriente
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