Debajo de la escalera
como gazapo en su intervalo.
Dos, tres, siete escalones
para la altura.
No quiere pronunciarse,
ni medirse,
ni confirmar el peso de su nombre.
Sabe bailar en cualquier salón
pero le gusta hacerlo a oscuras.
No hay timidez
ni derroche de soberbia callada,
sólo determinación sin ambiciones
colectivas.
De su intimidad la rima carente,
asilada de elocuentes trazos
va y viene en permanente vigía,
no de sus cosas
-a las que no pone ortografía-
sino de todo lo que suena
fuera de su cubil de peldaños.
Ecos priores,
cimeros zumbidos,
¡la resonancia del adalid!
Para huir lo más lejos
de todo lo que escucha.
Ella.
Nená de la Torriente
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