Las farolas
en su soborno constante a la lluvia
parecen velas de una lejana y quebrada tarta.
Yo quería pensar que eran álamos altivos
que con sus hojas plata y verde
podían saludarme desde lo lejos,
como quería creer que el cielo arrojaba
suspiros de agua
que lavarían mis ropas cada mañana.
Ya ves si las noches han dejado imágenes
que los días hoy parecen insulsos,
peregrinos de un sol
que les conjura a seguirlo con la mano alzada,
para hacerlos perder la memoria
justo detrás de la colina.
No me queda más que revelarme
ante tanto dibujo plano
y permitir que el camino hable a mis botas
con ese lenguaje suyo tan caprichoso.
Las lunas ya no son lo que eran,
como no lo son las tartas de cumpleaños
ni aquellas mañanas soleadas
que prometían besos llenos de labios,
pero sigo soñando
y huelo como el helecho huele
sobre las paredes
o los barros alborotan a la hierba alta,
inalterablemente unida a mi naturaleza
inquieta.
Nená de la Torriente
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